Un texto escrito por una trabajadora acompañante de La Méridienne. Este texto fue publicado en L’Éveil du Citoyens de Weedon, Le Papotin de Dudswell y Le Reflet du canton de Lingwick.
Mi casa
Si vieran mi casa como yo la veo, entenderían lo importante que es para todas las mujeres que han entrado en ella.
Mi casa es grande; es la de una familia mixta atípica. A menudo estamos apretujadas en ella, nuestras existencias se entrechocan, pero aprendemos a estar bien allí.
Su cocina ha conocido los intercambios más íntimos, las conversaciones hasta tarde y la carrera por las loncheras infantiles cada mañana. En el centro de la mesa, a menudo hay un ramo de flores, excepto que este no tiene precio, no se pagó a sí mismo con un nuevo hematoma o un plato roto. |
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Su sala de estar es cálida, nos amontonamos allí para ver la película del sábado o los dibujos animados del domingo por la mañana. Las mayores crisis que ha conocido son las de un niño/a que tiene un capricho, porque un adulto nunca se ha atrevido allí a alzar la voz. Las únicas lágrimas que su sofá ha recibido son las que derramamos al final de una comedia romántica. Si dejas caer palomitas de maíz entre tus cojines, nadie hace de eso un drama. |
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Cuando caminamos por sus pasillos donde las puertas nunca se golpean, nos sentimos bien. Los niños/as corretean por allí, sin que sintamos la necesidad de decirles que se rían menos para no molestar. Juegan en el patio, sin miedo y sus personalidades florecen. Las únicas lesiones que arriesgan son las que se hacen en un arenero. Nada que no pueda arreglar uno de esos besos que todo lo curan. |
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Sus habitaciones son verdaderos santuarios donde reposar; nadie teme nunca que su cuerpo se convierta en el escenario del crimen. Allí leemos historias, realmente descansamos y levantamos fuertes con las mantas. |
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Bajo mi techo, aprendemos autonomía, el respeto de nuestros límites y a darnos el derecho a ser tal como somos. Una vez alejado el miedo, nos reconectamos con sueños enterrados hace mucho tiempo y con nuestra identidad. |
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Si en tu casa se dan portazos y los objetos se rompen, te abriré mi puerta. Si tienes miedo de cometer un error, de sufrir represalias por una discusión que querías evitar, intentaré entender qué pasó contigo. Si tu casa te parece oscura y los niños/as allí ya no ríen, te ofreceré consuelo y seguridad. |
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Mi casa es grande; lo cual es bueno, porque en una cuarta parte de los hogares en Canadá, no se está tan bien como en mi casa.
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Mi casa probablemente se parezca a la tuya, pero sin la violencia.
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